En medio del dolor y la incertidumbre que han dejado las lluvias asociadas a la tormenta Melissa, la República Dominicana se encuentra ante una encrucijada que va más allá de los daños materiales: ¿cómo gestionamos la emergencia y quiénes están realmente del lado de la gente?
El presidente Luis Abinader tomó la decisión de declarar el “estado de emergencia” en las 14 provincias más afectadas por las torrenciales lluvias de los últimos días, con el objetivo de agilizar soluciones para miles de familias que lo han perdido todo: hogares, cultivos y negocios.
Esta medida, sustentada en el decreto 627-25 y ajustada a la Ley 340-06 sobre Compras y Contrataciones Públicas, no solo es legal, sino urgente. Sin embargo, lo que ha generado eco en algunos sectores no es el bienestar ciudadano, sino la insensata sospecha política.
Los cuestionamientos de la oposición, encabezada por el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) y la Fuerza del Pueblo (FP), han surgido con rapidez, pero no así sus gestos de solidaridad. Ninguna de estas organizaciones políticas ha mostrado el rostro de las familias que duermen entre lodo y escombros, ni han ofrecido apoyo material o moral a los productores agrícolas que vieron desaparecer sus cultivos. Prefirieron hablar desde los pasillos del Congreso o del local de su sede, advirtiendo sobre supuestos intentos de evadir controles y sin respaldar estas acusaciones con un solo dato, mientras las imágenes en los medios de comunicación revelan la verdadera realidad que viven nuestros conciudadanos afectados por las inundaciones.
Es legítimo fiscalizar al gobierno, y estoy totalmente de acuerdo: es uno de los deberes del Congreso dominicano. Es una obligación democrática que cualquier gestión sea transparente y rinda cuentas. Pero también es un deber moral estar presente cuando la nación sufre. La oposición pudo visitar las zonas afectadas, escuchar a la gente, sumar recursos, aportar soluciones y mostrar la parte humana de esta tragedia. No lo hizo. En cambio, optó por una narrativa que confunde eficiencia con corrupción y actuación rápida con conspiración, sin considerar que cada día perdido en burocracia puede significar una familia más sin techo, un productor en la quiebra o un niño con las manos vacías y sin educación.
El gobierno de Abinader, guste o no, está actuando con rapidez y bajo el marco de la ley. Ha dado la cara, movilizando recursos, informando al país y asumiendo públicamente el compromiso de reconstrucción. Mientras tanto, sectores opositores parecen más cómodos sembrando dudas desde la distancia que acercándose al dolor desde la empatía. Han fallado en lo que más exigimos de un liderazgo político: sensibilidad.
No es momento de sembrar sombras, sino de tender una mano amiga.
Dejar pasar la oportunidad de mostrar humanidad en tiempos de tragedia revela más sobre la esencia de un proyecto político que cualquier discurso programático. Porque el cálculo frío se nota, y la ausencia también duele.
En esta emergencia, la sociedad verá con claridad quién eligió estar del lado de los ciudadanos afectados con soluciones, y quién eligió ser un simple espectador de la desgracia ajena. La historia no olvida. Y el pueblo tampoco.








