Conocí a Monchy Rodríguez lejos del fragor político, y qué bueno. Los temas de un debate eterno fueron meramente académicos. En cierta medida todos sus compañeros maestrantes aprovechamos sus experiencias, abrevando en las fuentes de lo fáctico, del poder por dentro, de ese que dista de manera abismal del planteado en la teoría.
Nos conocimos en las aulas. Obvio que la política, la formación y la pasión, siempre desborda las conversaciones y va permeándolo todo. Los temas y sus enfoques de la escuela marxista de los primeros días de una juventud fogosa refulgían en los anhelos de un nuevo orden, de convertir en realidades las quimeras boschistas; mientras, del otro lado de la acera: la realidad que golpea duro, reduciendo a añicos sueños, pero también renovando esperanzas.
Monchy y yo compartíamos lecturas. Entre las pausas de las clases, al retorno del almuerzo o en medio del tedio de algunas cátedras conversábamos de las perspectivas de cómo emplear los conocimientos que íbamos adquiriendo, cómo llevar la ciencia al desarrollo de la política partidarista y cómo pudieran los partidos motivar de nuevo a que su militancia se forme de manera adecuada.
Pero nuestra amistad fue truncada por el infortunio. Apenas iniciábamos a construir un vínculo cercano que superaba las diferencias ideológicas y conceptuales, había respeto, uno genuino y que profesó a todos los que compartimos los sábados del último año.
Aún me parece mentira su muerte. Veo los videos y ese hombre lleno de vitalidad, buen humor… busco los recuerdos últimos de la conversación por whatsaap en la que su última línea frente a una posposición de una actividad fue “ya tendremos tiempo”.
Así fue con nosotros. Todos los maestrantes de Ciencia Política y políticas Públicas de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), recinto Santiago, cuya apertura, en buena manera, se debe a su tenacidad, auspicio y motivación.
Pero Monchy se ha ido. Dejó lecciones de humildad, esa que es genuina. Siempre puntual y cumplidor. Respetuoso incluso ante discusiones estériles de coyunturas. Estaba en actitud de aprender, un elocuente ejemplo de superación permanente fue su vida.
Nos sentamos en butacas contiguas. Las muchas notas que iba tomando y las mías nos hacía estar en contacto permanente de qué punto nos faltaría para aprovechar cada detalle de alguna buena cátedra.
En la humildad por aprender consistía un liderazgo que nos convencía de la posibilidad de otro modelo diferente al de muchos otros políticos, encumbrados en la sapiencia del poder efímero.
Muchos no se explicaban el porqué de ese sacrificio de todos los sábados.
La respuesta se fue contigo. Pendiente la idea del libro de Rafael, los proyectos con Juan, las denuncias de Marcos de que el “Monchismo” estaba subsumiendo al “cordovismo».
Tantas cosas que no caben en el olvido, ni en la palabra muerte. La intensidad de tus días, la impronta del liderazgo de tu equipo, lo contaran otras voces. La mía se acalla en el dolor de una silla vacía que a mi lado parece decir: desde éste los sábados serán diferentes.