Por: Johnny Lama
Hace unos años, cuando nos mudamos al apartamento en que vivimos, algo que nos encantó era la frondosa y diversa vegetación que nos hacía sentir que estábamos en una suerte de oasis en medio de la ciudad: uno de esos árboles debía de ser una especie centenaria con un tronco de un diámetro descomunal y muchos otros árboles imponentes.
Diariamente, aves de diferentes especies y plumajes con sus cantos y trinos característicos ofrecían un verdadero concierto al amparo del inmenso follaje.
Entre las diferentes avecillas que concurrían o anidaban en el entramado de ramas estaban los ruiseñores, petigres, chinchilines … y una infinidad de cigüitas que vuelan en grupos numerosos y que, incluso, en una oportunidad anidaron en un macetero en el balcón.
Pero, había un pequeño grupo de ellas que me gustaba observar: los carpinteros. Venían unos siete u ocho que peinaban prácticamente el gigantesco samán en un ritual cotidiano. Su forma de posarse caracterictica es en planos verticales. Disfrutaba ese espectáculo mañanero que nos ofrecían esas aves verdirojas, en compañía de mi mujer y compartiendo una taza de café.
Un día todo cambió. En lugar del gorjeo de las aves, el día amaneció con el trepidante ruido de máquinas y hombres que cercenaban sin piedad con sus máquinas hidráulicas y sierras motorizadas las ramas y troncos de los arboles.
Preparaban el terreno para la construcción de edificios de apartamentos. Y así fue. Un año y pico después, dos bloques de apartamentos de diez niveles sustituyeron el pequeño paraíso que robaron a las aves.
Hace unos días, con las primeras luces mañaneras, un martilleo intermitente rompió la quietud del entorno: ¡volvieron los carpinteros!
Son una pareja. Se posan en la pared de paneles grises de los edificios y comienzan a golpear con sus acerados picos las duras superficies que ceden ante el pertinaz tableteo. Parece como si vinieran en son de implacable venganza. La pizarra gris muestra los evidentes y dolorosos signos de la retaliación: numerosos agujeros blancos, semejantes al impacto de proyectiles, rompen la uniformidad y agreden la vista. No la mía. Los disfruto. Todo tiene su precio y todo se paga. Gracias a los carpinteros.