La Circunvalación de Baní fue licitada por más de RD$5,500 millones y terminó costando RD$7,700 millones: un aumento de más del 48%. Una obra de casi 20 kilómetros, con 17 puentes y 1 peaje, anunciada en 2020, prometida para 2021 y finalmente entregada en agosto de 2025, luego de múltiples retrasos.
Menos de 70 días después de su inauguración, un tramo colapsó de manera significativa. Hoy se reconstruyen más de 60 metros de una vía recién entregada.
Y no, no fue solo la lluvia. Fue una cadena de decisiones mal supervisadas. Las lluvias no hacen colapsar una vía correctamente diseñada, construida y verificada.
Solo precipitan lo que ya estaba mal hecho.
Según imágenes, videos y declaraciones oficiales, se observan indicios preocupantes:
- Se habría construido un terraplén de más de 5 metros de altura sobre suelos de alta plasticidad, sin haberse completado las obras de drenaje transversal y lateral.
- Los drenajes complementarios resultaron insuficientes o, en algunos tramos, inexistentes.
- Se usaron métodos de estabilización vegetativa (vetiver) sin respaldo hidráulico ni soporte estructural.
- El propio Ministro del MOPC afirmó que el colapso se debió a que las raíces del vetiver “aún no eran lo suficientemente profundas”. Por Dios. Esa no puede ser una justificación técnica.
La responsabilidad puede ser compartida entre contratistas y Estado, pero quien contrata y supervisa tiene el deber de asegurar que la obra cumpla con todos los estándares antes de ser entregada al uso público. En este caso, la mayor omisión fue institucional.
El Ministerio debió garantizar que los drenajes estuvieran operativos antes de permitir terraplenes, taludes, pavimentación y habilitación del tránsito. Las obras deben entregarse completas, no por partes ni por presión de plazos políticos.
Este no es un caso aislado. En los últimos años se han acumulado situaciones similares: infraestructuras entregadas sin detalles terminados, sin pruebas de carga adecuadas, sin drenajes funcionales, o con materiales que no cumplen especificaciones. Lo de Baní solo lo hizo más visible.
Inaugurar obras sin concluir se ha vuelto una práctica peligrosa. Porque cuando se inaugura una carretera, se está habilitando su uso, y con ello se asume una garantía técnica implícita. Si falla, no es culpa de la naturaleza, es culpa de quienes la autorizaron sin estar lista.
Las lluvias no son las responsables. Solo revelaron lo que la supervisión no quiso ver: una obra inconclusa, disfrazada de obra terminada.
Esto no es un simple error técnico. Es una falla institucional reiterada. Y eso, en una obra de casi ocho mil millones de pesos, es inaceptable.








