El viejo Sanabia
Tenía una mirada intensa que irradiaba autoridad; tras aquellos ojos claros, que alguna vez fueron intensos, se guardaban montones de vivencias y recuerdos tortuosos como oficial militar de la época de los bolos y los rabuses.
Eran testigos de esos tiempos de interminables alzamientos y refriegas un sable, que conservaba siempre al alcance de su mano, y un descolorido retrato suyo, de sobrio enmarcado, en el cual estaba él mismo con su uniforme castrense, rematado por un correaje propio de la indumentaria de entonces y el quepis de reglamento.
Era el «Viejo Sanabia», con aquella piel traslúcida que permitía ver claramente las ramificaciones de sus venas.
Fumaba pipa, la cual rellenaba con picaduras de tabaco de andullo, la que disfrutaba sin prisa; por las tardes, cuando el sol iba en retirada y la sombra del alero de la vieja casa lo permitía, le sacaban a la acera su mecedora de guano. Vestía invariablemente de kaki y cubría su cabeza yerma con una boina negra recordatorio de sus ancestros españoles que, probablemente, vinieron al proclamarse el Protectorado Español post independentista promovido por Pedro Santana, o quizás antes. Era un fósil viviente. De vez en cuando, rememoraba episodios de esos años aciagos y violentos.
La calle Sánchez, donde se ubicaba la añosa casa de madera techada en zinc, es un poco más ancha que otras del sector Los Pepines, lo que la hacía atractiva para jugar partidos de pelota de goma, en los cuales, muchas veces, se apostaba dinero.
Sanabia era el terror de los que participaban en esos desafíos; porque, si la pelota se desviaba y/o caía en el patio o dentro de su casa, inmediatamente «El Rubio», su hijo, corría a buscarla y se la entregaba al anciano que, con su sable, la cortaba en dos mitades: se la retornaba a los muchachos, que tenían que comprar otra para seguir el encuentro o dejar de jugar. Aún así, nadie se atrevió nunca a faltarle al respeto a ese soldado de montoneras que, en sí mismo, encarnaba esa historia surrealista y llena de mitos, parte de nuestra tradición oral y de innumerables cuentos de caminos … y velorios.-