La presencia de parqueadores improvisados en las calles de Santiago se ha convertido en un problema que crece sin control. Lo que en algún momento fue visto como una “ayuda” para estacionar en zonas concurridas, hoy se ha transformado en una práctica peligrosa, intimidante y, en muchos casos, manejada por personas en condición de vulnerabilidad o con adicciones que ven en esto un negocio lucrativo.
La falta de parqueos formales en la ciudad ha creado el escenario perfecto para que estos individuos asuman como “propiedad” los tramos de calles donde operan, exigiendo pagos obligatorios a los conductores. Para muchos ciudadanos, estacionarse en determinadas zonas implica no solo un gasto injustificado, sino también el temor a represalias si se niegan a entregar dinero por un “servicio” que nadie ha solicitado.
Sorprende y preocupa que el Ayuntamiento de Santiago parezca mirar hacia otro lado ante una situación que, aunque algunos quieran minimizar, ya está fuera de control. La pasividad de las autoridades solo contribuye a que este fenómeno continúe consolidándose como una estructura informal pero organizada, que opera a plena luz del día sin ningún tipo de regulación real.
En el área monumental la situación es aún más grave. Allí, un grupo de personas se ha adueñado de los parqueos como si los hubieran comprado, y lo más alarmante es que algunos han sido incluso uniformados y “regularizados” por la institución correspondiente. ¿Normalización o complicidad? ¿Ordenamiento o simple maquillaje para justificar la falta de control?
La pregunta es inevitable: ¿se estarán lucrando algunos responsables de permitir esta práctica o, peor aún, es más conveniente cobrar sin realmente brindar un servicio? Mientras tanto, los ciudadanos están indefensos ante un sistema que parece favorecer al desorden por encima del derecho al libre tránsito y al uso adecuado de los espacios públicos.
Santiago merece una solución seria y urgente. La ciudad no puede seguir entregada a manos de grupos que imponen tarifas arbitrarias donde deberían existir reglas claras, seguridad y verdadero orden municipal.









