Hemos cambiado la cultura y el conocimiento, por la acumulación de información sin importarnos su certeza, o simplemente, es la obra de una mente creativa con el propósito de entretener y de paso hacer daño.
Hemos cambiado el buen lenguaje por el discurso vulgar, haciendo de la interacción cotidiana un reservorio de estiércol con colores y olores incluido.
Hemos cambiado las matemáticas, por números recaudados en like o por participantes agregados a nuestras cuentas de redes sociales.
Hemos cambiado el buen encuentro, las tertulias literarias, el intercambio de historias, las buenas discusiones, el mano a mano y hasta los abrazos, por mensajes de texto o una simple llamada.
Hemos cambiado la contemplación en directo de la naturaleza y su esencia, por fotos a distancia puestas en una pantalla.
Hemos cambiado la paciencia por la violencia, la paz por la discusión y la reconciliación por el desacuerdo.
Hemos cambiado el juego amable por la fuerza.
Perdón, pero con esto no quiero yo cambiar el anacronismo por la modernidad, los códigos envejecidos por los de las jovenes generaciones. Porque se que finalmente, el amor y el valor humano serán fuente de reflexión para otros cambios.