Por: Ing. Luis R. Rodríguez, MSc
¨Una economía saludable depende de un gobierno que funcione¨.
Owen Zidar
Profesor de la Universidad de Princeton.
El crecimiento económico es el instrumento ms ampliamente utilizado por los economistas para medir el desempeño de la economía de un país durante un periodo de tiempo determinado. Para ello, se toma el Producto Interno Bruto (PIB) de un año en particular y se compara con el del año previo, estableciendo la diferencia entre ambos y expresándola como un porcentaje relativo al año anterior.
Por lo tanto, bajo la premisa de que el crecimiento económico es bueno (lo cual nadie duda) el diseño y ejecución de políticas públicas estimulantes del crecimiento económico se ha convertido en casi una obsesión para políticos y economistas de todas las tendencias, toda vez que, según algunos, la expansión de la economía y la riqueza de un país se transforma en prosperidad para todos, cosa que no ha sido demostrada.
Esta idea no es nueva. El laureado periodista del New York Times, Binyamin Appelbaum en su libro The Economists´ Hour (Back Bay Books, 2019) explica como durante los 25 años que le siguieron a la Segunda Guerra Mundial, un grupo de economistas, abanderados de las virtudes y la gloria de las fuerzas del mercado, empezaron a proliferar y en camino a influir en las formas de gobernar, de administrar negocios y de conducir las actividades diarias de la gente.
Durante ese tiempo, este grupo pudo llegar a convencer a los lideres políticos de Estados Unidos de que era saludable reducir la participación del estado en la economía y dejar que fueran las leyes del mercado las que prevalecieran. Según ellos, el mercado generaba mejores resultados económicos que los burócratas oficiales.
Esta teoría ya se había utilizado a principio del siglo XX pero hizo aguas durante la Gran Depresión y la gente perdió fe en ella. Entonces aparece John M. Keynes, otro influyente economista del siglo XX quien sostenía una hipótesis económica diferente argumentando que la economía requería de la mano administrativa del gobierno durante los tiempos buenos para reducir la desigualdad, y en los malos, para mitigar el impacto del dolor.
Durante los 40 años entre 1969 y 2008, periodo que Appelbaum denomina La Hora de los Economistas, los economistas del primer grupo jugaron un papel de primer orden en el diseño y ejecución de políticas públicas a favor de los recortes impositivos, reducción de las inversiones públicas (especialmente en programas sociales) y las desregulaciones de amplios sectores de la economía, abriendo así el camino a la globalización.
En la década de los 70s, con una fuerte competencia de Alemania y Japón, Estados Unidos se vuelca hacia los conceptos de la economía del mercado: reducción de impuestos, inversiones públicas y regulaciones permitiendo el libre acceso de bienes, servicios y activos financieros a travs de las fronteras. Se convirtió así en el epicentro del fermento intelectual y el principal laboratorio para traducir estas ideas económicas en políticas públicas. La Universidad de Chicago, con Milton Friedman como líder, se erigió como faro intelectual de las teorías económicas neoliberales, entrenando a jóvenes economistas de otras latitudes, tal como los chilenos, quienes fueron los arquitectos del ¨milagro chileno¨ bajo Augusto Pinochet.
Desde los Estados Unidos, la adopción del concepto del uso de las leyes del mercado como instrumento para estimular el desarrollo económico se convirtió en un fenómeno global, conquistando políticos en Inglaterra, Chile e Indonesia, así como en otras muchas partes del mundo.
Sin embargo, de acuerdo con Appelbaum, el proceso de globalización y crecimiento económico, tanto en los Estados Unidos como en los países en desarrollo, se construyó sobre la base de generar desigualdad económica, acecho a los valores democráticos (como fue el caso de Chile) y al deterioro del medio ambiente.
Los economistas neoliberales aconsejaron a los políticos y a los hacedores de políticas públicas a enfocarse en el crecimiento económico independientemente de la distribución de los beneficios. Aducían, que el crecimiento hacia arriba generaba un derrame hacia abajo y que todos los sectores se beneficiarían de las políticas económicas a favor de las lites corporativas y los más ricos. Metaforizaban, además, que todos estamos en el mismo océano y que cuando la marea sube, todos los barcos (grandes y pequeños) suben con ella.
En Estados Unidos, en búsqueda de la eficiencia, las empresas cerraron fábricas y transfirieron la producción hacia otros países con mano de obra barata, incrementando el desempleo y dejando comunidades enteras socialmente rotas cuyos habitantes no pudieron ni ser re entrenados ni migrar, cerrando escuelas y servicios de salud.
Luego de 40 años de globalización, no existen pruebas científicas ni empíricas que puedan sostener esta teoría y el concepto del derrame. Todo lo contrario. Los recortes tributarios y las desregulaciones no impactan positivamente a los más vulnerables y empeñan el futuro de las nuevas generaciones ya que limitan las inversiones en salud, educación e infraestructura mientras que comprometen la preservación del medio ambiente.
Hoy día, Estados Unidos muestra una enorme concentración de los ingresos y la riqueza generados por la aplicación de políticas económicas neoliberales a favor del crecimiento económico hacia arriba. Desde el año 1993 al 2021, el Coeficiente de Gini que mide la desigualdad en la distribución del ingreso anual entre la poblacin se ha incrementado en 8.8% al saltar de 0.45 a 0.49 lo que denota la existencia de una sociedad con un alto índice de desigualdad.
En el 2021, el 1% más rico de la población poseía el 32% de la riqueza nacional mientras que el 50% más pobre tenía tan solo el 2.6%. Igualmente, el salario del grupo del 1% más rico se incrementó en 179% durante el periodo de 1980 al 2000 mientras que el del 90% de más abajo tan solo creció un 31%. De manera similar, entre 1970 y el 2000, los ingresos de la clase media crecieron a una tasa de 1.2% anual, la cual declinó abruptamente a tan solo 0.3% durante el periodo comprendido entre el 2000 y el 2018. Un estudio socioeconómico dado a conocer por la Reserva Federal en el año 2019 encontró que 40% de la población adulta de Estados Unidos no podía enfrentar un gasto de emergencia de 400 dólares ya fuese con sus ahorros o con una tarjeta de crédito. Cuatro años después, en el 2022, este número ha mejorado pero todavía el nivel de la población que no puede enfrentar este tipo de gasto de emergencia alcanza el 32% de la población adulta.
La falacia del derrame prometido por las políticas económicas neoliberales ha promovido en Estados Unidos la emergencia de un amplio grupo social de ascendencia rural, de antiguas zonas mineras y zonas urbanas que perdieron sus medios de vida denominado The Left Behind (Los Abandonados) que, liderados por la ultraderecha, se perfilan como una amenaza para los valores democráticos de la nación.
Sobre este tema, la profesora Lily Geismer en su libro ¨Left Behind: the democrats failed attempt to solve inequality¨ (Los Abandonados: el Intento Fallido de los Demócratas por Resolver la Desigualdad, Hachette Book Group, 2022), expone la hipótesis de que el gobierno demócrata de Bill Clinton perdió oportunidad de enderezar los errores del presidente Reagan y sus políticas neoliberales ya que en vez de requerir un mayor sacrificio para los más ricos, trató de reducir pobreza y la desigualdad a través de más políticas neoliberales a favor del crecimiento económico y la responsabilidad individual de las corporaciones.
Clinton pasó gran parte de su tiempo en la presidencia tratando de convencer a las élites corporativas de los beneficios de invertir en las comunidades deprimidas de los estados del sur y en los barrios pobres de las ciudades en vez de concentrarse en redistribución del ingreso, asistencia gubernamental para acceder a servicios como alimentación, salud, educación y vivienda así como en seguridad social.
En nuestro país, la situación no ha sido muy diferente a la de Estados Unidos. Las políticas neoliberales empezaron a ser implementadas con las primeras reformas de los 90s en el gobierno del presidente Balaguer. Desde la década de los 80s hasta el año 2000 se eliminaron los controles de precios para bienes, servicios e incluso el precio de la moneda se dejo flotar para que la tasa de cambio fuera establecida por las fuerzas del mercado.
Las políticas neoliberales y los acuerdos de libre comercio traídos por la globalización han provocado en el país un crecimiento económico notable. De acuerdo a cifras del Banco Mundial, en las dos décadas comprendidas entre el año 2000 y el 2019, el Producto Interno Bruto (PIB) del país ha mostrado un crecimiento interanual promedio de 5%, pasando de US$35,000 millones en el año 2000 a US$89,000 en el 2019.
Sin embargo, la mayor parte de este crecimiento se ha concentrado en manos de un pequeño sector privilegiado de la sociedad (el quintil rico) receptor del 47% de los ingresos nacionales anuales, el quintil que le sigue recibe un 22%, el tercero recibe un 15%, el segundo recibe 11% y el quintil más pobre de la sociedad tan solo recibe el 5% de los ingresos nacionales. De manera que el 20% más rico de la población recibe 1.5 veces más ingresos que el 60% de la población y 9.4 veces más que el 20% más pobre.
América Latina, una de las regiones con mayor desigualdad económica del mundo, tiene un Coeficiente de Gini de 0.46 mientras que nuestro país posee un Coeficiente de 0.45 lo que demuestra claramente que el crecimiento económico generado por la economía durante las últimas 4 décadas no ha permeado ni derramado como prometen los profetas de las políticas económicas neoliberales.
Observando este fenómeno global, Naciones Unidas crea en 1991 el Índice de Desarrollo Humano (IDH) como un mejor instrumento para medir el desarrollo socioeconómico de una nación. En vez del crecimiento económico, el IDH mide la educación, la salud y los ingresos.
Para el año 2000, el IDH para la República Dominicana era 0.65, considerado medio, mientras que para el 2019 el mismo se elevó a 0.75, considerado un IDH alto, demostrando que ha habido un mejoramiento en la calidad de vida de la gente. Sin embargo, cuando comparamos nuestro ranking frente a otros países, nuestra posición relativa tan solo ha mejorado una posición, pasando de la 89 en el 2000 a la posición 88 en el 2019. Esto es bueno pero no suficiente.
Como se puede ver en los casos de Estados Unidos, República Dominicana y el de Chile, que no profundizamos, el concepto del ¨derrame económico¨ ocasionado cuando se aplican medidas económicas de corte neoliberal no puede sostenerse científicamente.
De hecho, el Fondo Monetario Internacional (FMI) en un documento del año 2015 deja establecido lo siguiente: ¨No hay un efecto derrame en la medida en que los ricos se hacen más ricos ya que si la participación en el ingreso del 20% superior (el quintil más rico) aumenta, entonces el crecimiento del PIB en realidad disminuye en el mediano plazo, lo que sugiere que los beneficios no se derraman¨.
En días pasado encontré en una de las redes sociales la posición, intelectualmente menos pretensiosa, de un internauta que decía algo como esto: ¨No estamos en el mismo barco, estamos en la misma tormenta, algunos en trasatlánticos, otros en botes y canoas y otros que se están ahogando. Las medidas neoliberales se diseñan para mejorar las condiciones de los pasajeros de los trasatlánticos mientras se deja que botes y canoas naufraguen y sus tripulantes pasen a formar parte de los que se están ahogando¨. Muy trágica, pero me parece una buena descripción metafórica para demostrar que el concepto del derrame económico es una estafa.