Por: Luis Córdova
La guerra política no admite treguas. No hay pausas y la estrategia (muchas veces rediseñada sobre escombros de derrotas), insufla nuevos ánimos en el error ajeno.
La conquista de rechonchos generales sin tropas, de coleccionadores de derrotas o de nóveles soldados que aportan vitalidad a la lucha, resultan del mismo valor pues al final, los votos de cuentan, no se pesan.
Fue Julio César, según cuenta Suetonio, que dijo en la batalla de Zela, «Vine, vi, vencí». De ahí en adelante, poder más o poder menos, se emplea para reafirmar que fácilmente podemos lograr empresas complicadas. El emperador así de las daba frente al Senado.
Verlos venir, verlos otear y en su propio criterio verlos considerarse “vencedores”, ha llevado a que muchas fuerzas políticas se atomicen: han llenado de rancios generalatos el frente de batallas y les hicieron falta soldados.
“¡Tránsfugas!”, gritaran algunos. Quizás estos no sepan, no les alcanza la sabiduría para comprender que en esta democracia pendular, cualquiera puede estar en cualquier lado y regresar, para ver y vencer.