Por: Luis Córdova
Y resulta que el arte, por suerte o por azar, hace converger caminos aparentemente distantes.
He hablado de misterios y es así, en plural, lo que ha sostenido por más de cuatro centurias la vigencia de un caballero que junto a su escudero reparten sabiduría para la vida. Nueva vez el Quijote. Ese tema inagotable resurge con fuerza en una paleta de azules y ocres en resortes acaso oníricos por el manejo de los planos.
Lejos de imaginar que Juan Miguel Guirado Tavárez, es el hijo de un entrañable amigo al que la pasión por educar nos juntó como el aprendiz que persigue al maestro, el profesor Miguel Guirado. Una agradable sorpresa que coloca como tarea pendiente, el inventariar los talentos que a la cultura dominicana ha aportado San José de los Llanos.
El joven artista plástico es un petromacorisano formado en la universidad en ingeniería y publicidad, pero esencialmente es pintor, aunque el buen trazo de sus dibujos es característico desde su período formativo inicial. La percepción del medio le hacen conjugar las preocupaciones sociales, hurgar lenguajes, probar la factura de su trazo con la curiosidad insaciable de un buscador de conceptos, explorando el impresionismo, el expresionismo, el realismo, el surrealismo, deteniéndose con notoria destreza en el cubismo, destacando en todas sus obras la atención al detalle y la limpieza en el trazo.
En 2018 presentó su primera individual, “Esclavitud Contemporánea”, una selección de quince cuadros. En este contexto conoce a Arturo Salazar, quien le conectaría con el colectivo “Prisma Internacional”, al que se integraría un año más tarde, participando en colectivas realizadas en Santiago de Chile, militando además en otros colectivos como “Maestros de la Plástica” (México), “Quinta Esencia” (República Dominicana) y miembro del Colegio Dominicano de Artistas Plásticos (CODAP).
Por esos azares me encontré con el cuadro que acompaña este texto. Un Quijote que cabalga en solitario. Con lanza en ristre y espada al cinto, si silueta cabalga sobre los molinos, algunos a lo lejos, en señal de que ya los ha vencido.
Sin yelmo, su rostro al aire conecta con los ojos de una Dulcinea, monumental y pétrea, que corresponde con su mirada el saludo de quien la ha idealizado. La factura de Guirado se revela sobre unos azules que se hacen cielo, lo mismo que detalles de armadura, un fondo que se viene adelante, unas rapsodias de luces que impregnan de drama el camino del hidalgo que devino en caballero andante.
En este universo, pequeña puerta a un universo, nos impresiona y conecta con la una necesaria relectura de esta obra monumental que siempre nos ha de llevar a “un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme”…