Por: Luis R. Rodríguez
A mediados de la década de los 80s, un grupo de países, liderados por los Estados Unidos y el Reino Unido, construyeron y promovieron una plataforma sobre democracia y comercio internacional que se ha llegado a conocer como el Consenso de Washington.
Promovida, ampliamente, por el presidente Ronald Reagan en la región, está plataforma fue abrazada tanto por gobiernos republicanos como demócratas.
La columna vertebral de esta plataforma eran las ideas neoliberales de que, por un lado, los gobiernos eran ineficientes administrando empresas estatales y que por lo tanto debían de ser privatizadas y por el otro, que debía abrirse un mayor flujo de comercio internacional mediante la eliminación de aranceles, cuotas y otras restricciones al comercio.
Esta expansión del comercio nos llevaría a la globalización de los mercados y según los teóricos de estas ideas, la expansión del comercio produciría un salto en el crecimiento económico que se derramaría y solucionaría los posibles problemas de aquellos que resultaren desplazados de sus fuentes de trabajo o fuesen perdedores en sus sectores de actividad económica.
Con el tiempo, ambas teorías resultaron ser erradas y en los Estados Unidos sólo contribuyó a ralentizar los salarios de los obreros, a la pérdida de empleos y a la ubicación hacia afuera (outsourcing) de muchas empresas norteamericanas.
Regiones enteras, como el Rust Belt en el medio oeste perdieron enormes cantidades de empleos y algunos expertos entienden que esta frustración es lo que ha contribuido al crecimiento en el uso de drogas opiáceas en la zona.
El Reporte del Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas, que mide el bienestar humano en 189 países, ha visto saltar a Estados Unidos de la posición 14 a la 18 lo cual es una muestra de que la globalización no ha mejorado las condiciones de vida del americano común.
No es extraño pensar, entonces, que el abandono percibido por la clase obrera y la clase media de parte de los dos partidos tradicionales allanó, en el 2016, la llegada a la presidencia de Estados Unidos de un outsider de la política que les ofrecía un cambio de 180 grados con el slogan de Hacer America Grande de Nuevo( MAGA).
En ese momento político, la globalización empezó a ser cuestionada desde el mismo centro de donde había nacido.
El presidente Trump, formalmente, retiró a Estados Unidos del acuerdo comercial transpacifico (Transporte-Pacific Partnership Agreement) negociado por Obama pero nunca aprobado en el congreso.
Sin embargo, como una respuesta política al avance de China y al enojo doméstico, el presidente Joe Biden ha iniciado un Tour por Asia y el Pacífico donde ha anunciado la firma de un nuevo acuerdo comercial denominado: Indo-Pacific Economic Framework que incluye a India,Corea del Sur, Japón, Filipinas, Indonesia, Tailandia, Australia, Vietnam y otros nueve países.
Este nuevo acuerdo no es tan pretencioso como el de Obama pero elimina el matiz aislacionista de Trump. Según la Casa Blanca, este acuerdo da inicio a una era post neoliberalismo en la política comercial externa de Estados Unidos.
En tal sentido, el nuevo acuerdo no incluye cláusulas sobre acceso a mercado sino que se centra en incrementar la cooperación en temas como energía limpia, reglas y normas sobre Internet así como cooperación para el manejo en crisis en la cadena de suministro.
Como se puede ver, con este cambio en la política comercial externa, Estados Unidos está abriendo una ventana de oportunidad para que nuestro país pueda iniciar un acercamiento oficial con la Oficina del United States Trade Representative (USTR) y los demás países miembros del DR-CAFTA a los fines de obtener algunas modificaciones del acuerdo que mejoren las condiciones de los productores agropecuarios y algunos bienes industriales.
Este es el momento que por dos décadas hemos estado esperando.